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Por Violeta.

@historiasdecama

¡Se llama Abraham! He hablado muchas veces sobre él. Es el mismo que me ha inspirado y ha logrado que actúe como una actriz porno, metida en mi escena, con ganas de hacer mi mejor papel. A él no le importa tener sexo en una hamaca. Tiene una colección de fotos mías y sé de su propia boca, que las usa para masturbarse cada vez que recuerda los momentos en los que cabalgaba sobre él.

Abraham tiene los ojos cafés y le brillan como los rayos del sol en el atardecer. Una noche recibí un mensaje de texto donde me reclamaba que no lo describiera solamente así.

-Violeta ¡Yo tengo más cualidades! Dijo.

Y tiene razón. Es alto, tiene la piel bronceada, ama los deportes y aunque se cae más de una vez, ama la adrenalina que le despierta las olas del mar cuando hace surf. Le encanta la música y entre sus metas a destacar, siempre me decía que tenía que hablar perfectamente español, en esta última petición, también lo complací.

Muchas veces me miraba con ternura y me cogía con locura. Solía perder la cabeza cuando no le entendían y sonreía para llevar la fiesta en paz. Su sonrisa la tengo marcada en mi memoria, fue la clave de mi perdición por él, desde la segunda vez que lo vi, supe que iba a enviciarme.
Abraham representa todo lo que me hace vibrar, es una mezcla de pasión y lujuria que despierta en mi los más extremos deseos de complacerlo en todo, y aunque me cueste aceptarlo, estoy obsesionada con la conexión sexual que existe entre los dos ¡Me encanta! Él sabía lo que quería justo cuando lo necesitaba.

De sus obsesiones por mí, están las pervertidas ganas de siempre follarme al aire libre y de mi debilidad por él, estaba complacerlo cuantas veces él quiso.

Ya teníamos un día y medio en el parque natural ubicado a las afueras de la ciudad. Las olas del mar y la arena en los pies nos acompañaban en el largo camino, el calor era inclemente. En la mañana nos habíamos levantado complaciendo nuestras ganas en una hamaca, al aire libre, sin pudor y sin miedos. Respirando naturaleza y pasión.
Llevábamos más de 30 minutos caminando, el sol estaba a punto de caer y la gente comenzaba a desaparecer de la playa. Nosotros, al contrario, apenas llegábamos. Queríamos ver el atardecer, pasear sin tantos testigos, besarnos bajo el romanticismo.

-¡Estoy cansada! Le dije después de tomar un sorbo de agua.

-¡Camina! ¿Para qué tienes ese culo tan grande? Muévelo. Dijo riéndose.

-¡Para ponerme en cuatro cuando tú quieras! Le contesté.

-¡Verdad! Me tomó de la mano.
Estábamos disfrutando de nuestro tiempo en soledad, nos observábamos los gestos, las sonrisas y, de vez en cuando, nos miramos con apetito.

Él siempre me mira así, es el punto de detonación de nuestros mensajes codificados.
Es innegable la atracción entre los dos, nos invade las ansias de estar juntos a pesar de las innegables diferencias, entre esas el idioma. Su español es disperso y tengo que hacer un esfuerzo grande para intentar descifrar cada frase que me quiere decir. Él no quiere que hablemos en inglés, en eso fue algo egoísta. Prefiere practicar el español y, entonces, me sometió a entender su español de mierda ¡Que más da! El lenguaje del sexo es más poderoso que el de las palabras y yo aprendí a entenderlo sin tanto afán y debo confesar que me encanta el enredo de palabras que dice a diario.

¡Suena curioso, tierno y rudo a la vez!
Nos detuvimos, él abrió un pareo gigante que me compró en su último viaje a Brasil, lo colocó en la arena. Los rayos del sol se reflejaban en su pelo castaño claro y sus ojos tenían un brillo insinuante. Yo solía llamarlo pelo curly, sacándole chiste a su pelo crespo.
La vista era perfecta. El va y ven de las olas del mar, su color azul profundo y el verde de las palmeras dibujaban un paisaje digno de una foto para Instagram. Tomé varias para tenerlas de recuerdo. En la lejanía jugueteaban unos chicos en las piedras, se escuchaban risas y parecían estar muy entretenidos.

-¡Creo que ellos también están enamorados! Me comentó.

Me acosté sobre el pareo. Miré hacia el cielo y me perdí en las figuras de las nubes. Él me interrumpió con un beso en mi cuello. Su barbilla acarició mis hombros y sentí toda la emoción de sus deseos. Comenzó a besarme con ternura, si, rara vez lo hace así cuando sus intenciones son otras.

-¡Que lindo es el atardecer! Dijo mientras me abrazaba. Mi cuerpo sostenía al suyo, parecían estar bajo la misma piel.
De pronto tuvo un ataque de arrebato, me jaló por mi brazo y corrió hacia al mar. Caímos al mismo tiempo en el agua, me levantó con fuerza y me cargó. Quedamos frente a frente. Centrados en el mismo universo y juntos como siempre he deseado.
-¡El agua está fría! Le dije abrazándolo.
-¡No seas aburrida!¡Ven y yo te caliento! Me contestó con un lengüetazo por mis labios. Su pene ya estaba grande.
-¡Más luego! Le dije. Me bajé, salí del agua y volví a sentarme sobre el pareo.
El cielo estaba casi naranja. Él salió del mar también, se paro frente a mi y soltó una sonrisita que le iluminó su cara.
-¿Qué pasó? Le pregunté. Aunque yo ya sabía sus intenciones, lo conozco, lo llevo en la sangre.
-¡Los chicos ya se fueron! Respondió con un leve tono de malicia.
Miró hacia la izquierda y hacia la derecha, se percató de que no estuviera nadie más merodeando por la playa y sin pensarlo más se lanzó sobre mí, me besó hasta llegar a mi obligo, me bajó la tanga y metió su lengua en mi entre piernas. Comenzó a lamerme suave y luego con intensidad. Los vellos de mi piel se erizaba y quería más.
-¡Estás mojada! Me miró con esos ojos llenos de lascivia.

-¡Yo siempre estoy mojada contigo! Le dije.

Se le notaba el hambre por mí, su respiración estaba agitada y sus manos traviesas me manoseaban. Eso era lo que más me gustaba de él, sentirme deseada, sentirme única.
-¡Espera, hay gente! Le dije tratando de detenerlo. Sin embargo no me importó, me moví para pegarme más a su cuerpo, sus manos acariciaban mis tetas, mis pezones estaban fuertes esperando su lengua. Mi respiración se tornó más intranquila cuando se detuvo y me miró con esa necesidad de follarme sin descanso.
-¡Te quiero! Me susurró cerca a mi oreja. El corazón me palpitó feliz con esa confesión. Me besó los labios, siempre me besaba delicioso, mi vagina estaba húmeda solo con sus besos, su lengua se impregnaba de mi olor, me lamía con desenfreno todo mi cuerpo. La mágica impertinencia de su lengua hace que quiera siempre más.
-¿Aquí? Pregunté. Estaba algo incómoda, pero ya no nos importaba nada, solo complacernos y sin tantos miedos desatar nuestras lujurias.
-¡Y ahora! Me respondió.

-¿Qué es lo que más te gusta de mi? Le pregunté.
-¡Que yo quiero darte duro y tu siempre quieres que lo haga! Me contestó. Abrió mis piernas y metió sus dedos dentro de mi vagina, los movió con suavidad, con su lengua volvió a sacudir mi clítoris deseoso de que me metiera su pene y no parara hasta mi orgasmo.
Su cuerpo estaba pegado al mío, ya imposible de despegarse. Me sostuvo fuerte por mi culo, yo tenía mis piernas abiertas, él estaba adentro de mi. La brisa despeinaba aún más mi pelo. Un gemido fuerte desató su furia.

-¿Qué sientes? Pregunté para satisfacer mi ego.
-¡Profundo! Contestó.
Solo eran testigo la inmensidad del mar y la del cielo. Un atardecer lleno de pasión donde el sol se escondía para dejarnos en libertad.
Éramos él y yo. Solamente él y yo, una vez más desatándonos y saciando nuestro apetito.
-¡Grítalo! Me dijo mientras hacía movimientos circulares con más fuerza. Su sudor y el mío recorriendo nuestros cuerpos bañados de éxtasis.
-¡Dame más duro! Lo complací.
-¿Así? Me preguntó. Su expresión era como la de un lobo feroz que solo quería devorar a su presa. Sus ojos lo han dicho todo siempre y ese brillo me calienta más. Me inmovilizó las manos y desencadenó toda su furia sobre mi, me dio con ganas y sin parar.
Sentí como poco a poco se debilitaba, su cuerpo temblaba, conocía cuando se iba a venir, casi siempre sincronizamos nuestros orgasmos.
Me moví hacía adelante, pegando más mi clítoris con sus partes, buscando más mi placer. Dos gemidos prolongados y simultáneos cerraron nuestra gloria, justo con la caída del sol.
-¡Perfecto! Dijimos al mismo tiempo. Tomó con sus manos mi cara, me besó con satisfacción. Bajó la cabeza y descansó sobre mis tetas.

¡Eres la mejor! Dijo suspirando entre dientes.
No le contesté. Él ya sabía que mis entre piernas ya no tenían otro favorito. Estoy presa de mis pasiones por él. Fuerte cuando lo miro a los ojos y sé lo que me dice. Es mi inspiración para contar letras profundas, un sin fin de malos pensamientos y proposiciones genuinas. Sabe como navegar en mi.

Rompí el silencio antes de que llegara la noche.

-Abraham, sabes como hacerte inolvidable, sabes como hacerte desear.

-¿Hablas de ti, Violeta?

-No, hablo de ti amor. Suspiré.

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